martes, 4 de septiembre de 2012

Emily


 EMILY

No me había imaginado nunca que llegaría hasta aquí. De hecho, nadie se lo habría creído nunca. Nadie salvo ella, la mujer que me ayudó a llegar más lejos y a confiar en mí mismo, por eso, si ahora estoy aquí, se lo debo a esa mujer. A Emily.
Antes de conocerla, era un joven mediocre, sin nada que ofrecer al mundo. Mi afición por la lectura y el arte no me ayudaban a superar la media en nada.
Creía que mi futuro consistía en vivir de lo poco que ganaría y vivir sin encontrar el amor, la felicidad, ni siquiera que podría permitirme caprichos. Un día cansado de aguantar a los estúpidos de mi compañeros de trabajo, decidí hacer algo para entretenerme, me registré en una de esas páginas web en las que te relacionan con una pareja que no conoces de nada y esperan que encuentres a tu pareja ideal. Lo cierto es que ni siquiera tenía intención de asistir a la cita, pero tras fijar el lugar y la fecha, el destino me ato y me obligó a asistir a ese evento.
El restaurante se encontraba en la calle de moda de mi ciudad, no llevaba mucho tiempo abierto, pero el ambiente era inmejorable, la decoración encajaba perfectamente con el clásico momento en el que decides vivir una escena romántica. Su aroma embriagador, incitaba al primer beso, o a sacar un anillo escondido en la cesta de los panecillos.
¿Quién me habría dicho que, en un sitio como aquél,  y debido a una decisión que prácticamente ni me tomaba en serio, cambiaría mi vida de una forma tan radical?
El programa de internet me juntó con esa chica, con Emily. Al principio me parecía un poco rarita, pero tras una pequeña conversación, me sentí patético por estar con ella: Era una mujer atractiva, inteligente, culta, divertida... Aparentaba unos pocos años menos que yo, su cabello oscuro y rizado, brillaba con una gran fuerza, haciendo que su melena se asemejase a la de la mismísima Atenea. Su rostro me expresaba su carácter fuerte e independiente, aunque por algún motivo que en ese momento no alcancé a comprender, sus ojos daban a entender una penetrante tristeza.
Me habló un poco de su vida, según parece, había estudiado derecho, y ahora dirigía su propio buffete de abogados. Cuando escuché su nivel, y sobre todo, el sueldo que ganaba, casi me atraganté con la ensalada. De alguna manera, ella se interesó por mí, me dijo que le parecía alguien muy interesante. Aunque en ese momento, yo pensé que le hizo reír algo que dije inconscientemente.
Salimos juntos un tiempo, pasábamos todo el día unidos, se puede decir, que me enamoré locamente de ella.
Disfrutábamos de nuestra mutua compañía, comprábamos los mismos libros, íbamos al cine y al teatro, y nunca me cansé de verla, oírla, sentirla...Sentía como si no necesitase nada más, y creo que el sentimiento era mutuo.
El único problema, es que ella se sentía molesta con un detalle de mi vida, se quejaba de mi escasa motivación. Me había visto capaz de escribir fantásticas novelas y grandes poemas, por eso le decepcionaba que emplease mi carrera de periodista solo para escribir en una cutre revista del corazón. Estaba de acuerdo con ella, de echo, yo tampoco soportaba a esa gente, ni quería seguir con esa decadente profesión para gente aburrida. Pero Emily no podía comprender que el destino no es igual de benevolente con todos, me enfade mucho con ella y salí de casa. Necesitaba respirar un poco.
Pensando en mi propia felicidad, no quise razonar que el destino puede arruinar la vida de otros, y mucho menos la suya. La única explicación es que yo merecía el castigo, y ella acabó pagándolo.
Un día recibí una llamada de la policía, esa voz entrecortada me dijo lo último que quería oír: Lamentamos decirle que su novia a tenido un accidente. Esta grave en el hospital.
No tardé en llegar, allí el doctor me explicó lo ocurrido. Al parecer un borracho chocó su coche contra el de Emily. El borracho pereció en el acto y a Emily la estaban perdiendo. Sus heridas eran demasiado graves, y no podían curarla, de modo que me dejaron solo con ella en sus últimos momentos.
A pesar de estar al borde de la muerte, su fuerza interior y su belleza permanecían inmutables. Me pidió que fuese feliz, que cumpliese mis expectativas, pero que siempre recordase nuestro amor. Como tantas otras veces cogí a Emily entre mis brazos, a pesar de que sabíamos que seria la última vez, y las lágrimas rebosaban en nuestros rostros, de la misma forma que le di el último y más intenso de los besos. Y a medida que nuestros labios se separaban, la vida de mi amor se desvanecía entre mis brazos. Cuando finalmente nuestros labios se separaron por completo oí un continuo y molesto pitido que consumió su vida. En aquel momento no pude aguantar más grité su nombre.
 ¿Emily, me ves ahora? He conseguido alcanzar mis sueños, nuestro sueño, tengo mi propia editorial y tengo la vida activa que me demostraste que merecía. Pero nunca te he olvidado, éste es mi regalo de despedida. Creo que ya he comprendido el motivo de la tristeza de tus ojos en aquel momento cuando cambiaste mi vida.  Nunca olvidaré a la mujer de la que me enamoré, que ayudó a mejorar y que se sacrificó por mí.
Bueno, supongo que queréis saber mi nombre, en fin, pues diré que mi nombre es aquel al que debo todo lo que he conseguido; me llamo Emily.

Dedicado a esos amigos que me sacaron de mis propias tinieblas, muchas gracias. ¡No os olvidaré nunca!

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