EMILY
No me había
imaginado nunca que llegaría hasta aquí. De hecho, nadie se lo habría creído
nunca. Nadie salvo ella, la mujer que me ayudó a llegar más lejos y a confiar
en mí mismo, por eso, si ahora estoy aquí, se lo debo a esa mujer. A Emily.
Antes de conocerla, era un joven
mediocre, sin nada que ofrecer al mundo. Mi afición por la lectura y el arte no
me ayudaban a superar la media en nada.
Creía que mi futuro consistía en
vivir de lo poco que ganaría y vivir sin encontrar el amor, la felicidad, ni
siquiera que podría permitirme caprichos. Un día cansado de aguantar a los
estúpidos de mi compañeros de trabajo, decidí hacer algo para entretenerme, me
registré en una de esas páginas web en las que te relacionan con una pareja que
no conoces de nada y esperan que encuentres a tu pareja ideal. Lo cierto es que
ni siquiera tenía intención de asistir a la cita, pero tras fijar el lugar y la
fecha, el destino me ato y me obligó a asistir a ese evento.
El restaurante se encontraba en
la calle de moda de mi ciudad, no llevaba mucho tiempo abierto, pero el
ambiente era inmejorable, la decoración encajaba perfectamente con el clásico
momento en el que decides vivir una escena romántica. Su aroma embriagador,
incitaba al primer beso, o a sacar un anillo escondido en la cesta de los
panecillos.
¿Quién me habría dicho que, en un
sitio como aquél, y debido a una
decisión que prácticamente ni me tomaba en serio, cambiaría mi vida de una
forma tan radical?
El programa de internet me juntó
con esa chica, con Emily. Al principio me parecía un poco rarita, pero tras una
pequeña conversación, me sentí patético por estar con ella: Era una mujer
atractiva, inteligente, culta, divertida... Aparentaba unos pocos años menos
que yo, su cabello oscuro y rizado, brillaba con una gran fuerza, haciendo que
su melena se asemejase a la de la mismísima Atenea. Su rostro me expresaba su
carácter fuerte e independiente, aunque por algún motivo que en ese momento no
alcancé a comprender, sus ojos daban a entender una penetrante tristeza.
Me habló un poco de su vida, según parece, había
estudiado derecho, y ahora dirigía su propio buffete de abogados. Cuando
escuché su nivel, y sobre todo, el sueldo que ganaba, casi me atraganté con la
ensalada. De alguna manera, ella se interesó por mí, me dijo que le parecía
alguien muy interesante. Aunque en ese momento, yo pensé que le hizo reír algo
que dije inconscientemente.
Salimos juntos un
tiempo, pasábamos todo el día unidos, se puede decir, que me enamoré locamente
de ella.
Disfrutábamos de
nuestra mutua compañía, comprábamos los mismos libros, íbamos al cine y al
teatro, y nunca me cansé de verla, oírla, sentirla...Sentía como si no
necesitase nada más, y creo que el sentimiento era mutuo.
El único problema, es
que ella se sentía molesta con un detalle de mi vida, se quejaba de mi escasa
motivación. Me había visto capaz de escribir fantásticas novelas y grandes
poemas, por eso le decepcionaba que emplease mi carrera de periodista solo para
escribir en una cutre revista del corazón. Estaba de acuerdo con ella, de echo,
yo tampoco soportaba a esa gente, ni quería seguir con esa decadente profesión
para gente aburrida. Pero Emily no podía comprender que el destino no es igual
de benevolente con todos, me enfade mucho con ella y salí de casa. Necesitaba
respirar un poco.
Pensando en mi propia
felicidad, no quise razonar que el destino puede arruinar la vida de otros, y
mucho menos la suya. La única explicación es que yo merecía el castigo, y ella
acabó pagándolo.
Un día recibí una
llamada de la policía, esa voz entrecortada me dijo lo último que quería oír:
Lamentamos decirle que su novia a tenido un accidente. Esta grave en el
hospital.
No tardé en llegar,
allí el doctor me explicó lo ocurrido. Al parecer un borracho chocó su coche
contra el de Emily. El borracho pereció en el acto y a Emily la estaban
perdiendo. Sus heridas eran demasiado graves, y no podían curarla, de modo que
me dejaron solo con ella en sus últimos momentos.
A pesar de estar al
borde de la muerte, su fuerza interior y su belleza permanecían inmutables. Me
pidió que fuese feliz, que cumpliese mis expectativas, pero que siempre
recordase nuestro amor. Como tantas otras veces cogí a Emily entre mis brazos,
a pesar de que sabíamos que seria la última vez, y las lágrimas rebosaban en nuestros
rostros, de la misma forma que le di el último y más intenso de los besos. Y a
medida que nuestros labios se separaban, la vida de mi amor se desvanecía entre
mis brazos. Cuando finalmente nuestros labios se separaron por completo oí un
continuo y molesto pitido que consumió su vida. En aquel momento no pude
aguantar más grité su nombre.
¿Emily, me ves ahora?
He conseguido alcanzar mis sueños, nuestro sueño, tengo mi propia editorial y
tengo la vida activa que me demostraste que merecía. Pero nunca te he olvidado,
éste es mi regalo de despedida. Creo que ya he comprendido el motivo de la tristeza
de tus ojos en aquel momento cuando cambiaste mi vida. Nunca olvidaré a la mujer de la que me enamoré,
que ayudó a mejorar y que se sacrificó por mí.
Bueno, supongo que queréis
saber mi nombre, en fin, pues diré que mi nombre es aquel al que debo todo lo que
he conseguido; me llamo Emily.
Dedicado a esos amigos
que me sacaron de mis propias tinieblas, muchas gracias. ¡No os olvidaré nunca!
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